Uno de los rasgos más característicos del personaje de ficción Sherlock Holmes (puntualizo lo de ficción porque muchos británicos, según una encuesta, consideraron que Holmes era un personaje histórico), junto a su pipa y su traje de cazador de gamos (una estética que nunca figuró en las obras de Conan Doyle, por cierto), indudablemente ha sido su adicción a la cocaína.
Resulta incluso hoy en día chocante que el protagonista de una saga de novelas populares fuera drogadicto. Sin embargo, esta faceta de Holmes no resulta tan extraña si consideramos que el autor, Conan Doyle, también era un asiduo consumidor de cocaína.
Con todo, lo más curioso no es que Holmes consumiera cocaína, sino la postura de Watson al respecto. Por ejemplo, Watson no duda en comentar los efectos nocivos del consumo de cocaína en las novelas Estudio en escarlata y, sobre todo, El signo de los cuatro, donde Holmes se inyecta esta sustancia por vía intravenosa en una solución del 7 %.
Ilustración (y fotografía) de Krri. Ravenswood Fanzine #2 Adictos |
Esta actitud recriminatoria pudiera parecer natural hoy en día, pero a finales del siglo XIX los casos de adicción a la cocaína eran bastante numerosos, ya que la cocaína era una sustancia legal. De hecho, la mayor parte de los médicos no censuraban su consumo: incluso lo recetaban como vigorizante y anestésico o para tratar trastornos gástricos, el alcoholismo y la adicción al opio.
Entre 1890 y 1910 podías comprarte un frasco de heroína fabricado por Bayer o adquirir tabletas de cocaína para la garganta. Hasta el Papa León XIII tomaba vino de coca.
Sin embargo, Watson recrimina el consumo de Holmes (a pesar de que él lo justifica para mantener sobrealimentado su cerebro), advirtiéndole de que la cocaína podría afectar a sus facultades mentales, ocasionándole daños irreversibles. Una posición tan extravagante en un facultativo de la época como la de un tipo que aparecieran en la humeante Mad Men recriminando el consumo de tabaco entre los personajes.
De hecho, en mi reciente visita a Londres, tuve la ocasión de visitar el museo de Sherlock Holmes, localizado en el mismo piso donde supuestamente residía el investigador según las novelas de Conan Doyle, y allí pude contemplar la jeringuilla que pertenece al instrumental del escritorio de Holmes. Una jeringuilla que venía junto a un estuche portador de cocaína manufacturado por una farmacéutica del siglo XIX, que también lleva incorporado un inhalador.
En la cajetilla puede leerse: “Cocaine Toothache Drops. Instantaneous Cure! Price 15 cents. Prepared by the Lloyd Manufacturing Co. 219 Hudson Ave., Albany, N.Y. For sale by all Druggists. Registered March 1885.”
Imaginamos la voz de Holmes, sobre todo en la garganta de Benedict Cumberbatch, soltando la siguiente perorata con su tono apodíctico: la circulación de cualquier proteína cerebral con poderes euforizantes provoca una inmediata respuesta represiva, aunque su toxicidad sea inferior al de la patata, no cree dependencia y carezca de estigma social previo. Sin embargo, farisaicamente, ciertas sustancias seguirán considerándose medicinas decentes y artículos de alimentación a pesar de que, a la luz de los análisis científicos, sean potencialmente más peligrosas. ¿Nos imaginamos un mundo en el que hasta el café y los aguardientes también sean racionados?
Sergio Parra
Ravenswood Fanzine #2 Adictos
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